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Mostrando entradas de 2017

Lágrimas saladas

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Arena entre mis dedos. Mi pelo alborotado. La brisa sobre mi cara. El sonido de las olas rompiendo sobre la orilla. Las gaviotas y su gorjeo sobre mi cabeza. ¿Por qué siempre acababa refugiándome en aquel lugar? Quizás porque el profundo océano consigue darme serenidad, hacerme sentir segura o lo suficientemente tranquila como para pensar en paz. Puede que nos veamos atraídos hacia el agua, porque nos recuerda a aquellos momentos en los que permanecíamos en el líquido amniótico. Sintiendo la presencia de nuestra madre y su voz en apenas murmullos imperceptibles. En ese momento todo es perfecto. Existir pero con la seguridad de que alguien vela por ti, te cuida sin saberlo y con quien crearas un vínculo que no compartirás con nadie más. Pero entonces rompen esa conexión física y nacemos. Todo dependerá de nosotros ahora; hasta respirar. La primera vez que nuestros pulmones se llenan de aire y lloramos, puede que sea la primera vez que sintamos miedo. Nuestra supervivencia d

¿Cómo estás?

Hola. ¿Cómo estás? En realidad no sé por qué pregunto, si ya sé cómo te sientes. A veces piensas que recae demasiado peso sobre tus hombros, ¿verdad? Intentas amedrentar la carga, pero es difícil. Tu manera de ser es la que provoca esa sensación. Es duro ser tan consciente de todo. Te ha llevado largos años llegar aquí, a este entendimiento: a saber quién eres. Y cuanto más consciente eres de ello, más fuerte te haces. Te das cuenta de que no todo el mundo es capaz de hallar tal entendimiento de sí mismo. Sabes perfectamente la felicidad que te provoca el ser consciente de lo que eres y sabes que eso es lo que le llega a los demás. Esa fuerza, esa vitalidad, ese optimismo, esa pasión que plasmas en aquello que amas y hasta en tu capacidad de querer. Tan pasional y con tanta ilusión por aquello que quieres con toda tu fuerza. Sientes que a veces la vida te devuelve parte de esa vitalidad y que si eres honesta contigo misma, esa honestidad llegará también a los demás. Que te

Generación Millennials

Últimamente, en ciertos medios de comunicación, se está utilizando un término que me saca mucho de quicio. Millennials es la nueva forma que tienen de referirse a la generación que nació durante el presente milenio  –  englobando también a la gente con edades comprendidas entre los veinte y treinta años  – . Obviamente no es un término amigable... más bien todo lo contrario.  Normalmente todo lo que sea relativamente nuevo solemos rechazarlo. Nos acostumbramos a lo cotidiano; aquello que vemos y oímos diariamente. Rara vez nos gusta salir de nuestra zona de confort y probar a hacer cosas distintas a lo habitual. Conforme crecemos todo esto se va multiplicando y al final nos convertimos en personas, por lo general, más intolerantes con aquello que no encaja con lo que nosotros hemos vivido. Entiendo que para un sexagenario sea difícil empatizar o entender las tendencias de la gente joven. La tecnología ha cambiado el curso de los acontecimientos y ha remodelado absolutamente todo

La soledad y la grandeza de los pequeños momentos

Me gusta la soledad. Esa que no es impuesta sino necesaria. Aquella que te permite mirar dentro de ti, sin que nadie interrumpa tus pensamientos. Aquella que te ayuda a repararte si sientes que algo va mal. Aquella que muchos temen porque es profunda, descarnada y a veces nos muestra partes de nosotros que no nos gustaría encontrar en nuestro interior. Aquella que te hace plantearte el cuándo, el dónde y el porqué. Aquella que te hace recordar o indagar en tus más profundos sentimientos, revelándote fragmentos de memorias perdidas en el profundo mar de los recuerdos. Aquella que te puede desprender las lágrimas... esas lágrimas tan necesarias a veces; tan curativas y sanadoras pero que tanto miedo provocan en aquellos que no quieren entender su poder. Sí, me gusta la soledad porque me ha ayudado en muchas ocasiones. Creo que es uno de los mayores remedios del siglo XXI. Vivimos tan estresados y rodeados de información... constantemente bombardeados, no solo por nuestras emociones

Reflejo

“Me miro en un espejo. Una sombra octogenaria se refleja en la pulida superficie del cristal. Mi mirada vacía se pierde en la negrura, que la rendija de la puerta deja traslucir en el umbral. Me siento cansado y perplejo, de mi propia estupidez. No me reconozco allá donde me veo. El canto de un cuchillo, visto a contraluz, me ha mostrado esta noche la desdicha de mi vida. He vivido atrapado en un engaño, por el que me he dejado seducir.  Crecí siendo un niño sin metas ni ilusiones. Jugaba conmigo mismo pero jamás con los demás. Aunque fingía hacerlo, simplemente por el qué dirán. No me veía retratado en ninguno de sus juegos, ni su manera de pensar. Era un niño distinto, que intentaba encajar. Crecí con el estigma de que debemos vivir para los demás. Incapaz de salir del redil, atado y amordazado; sin ninguna libertad. Y la pubertad me engañó, aún más. Me hizo creer que la culpa no era mía y se la achacaba a los demás. Creía ver libertad, allá donde solo había esclavitud y pesa

Todos somos discapacitados

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No me gusta la palabra “discapacidad”, porque usarla lleva implícito el afirmar que alguien es incapaz de hacer algo. Y si bien es cierto que el ser humano tiene muchas taras, bajo mi punto de vista, la mayor virtud que tenemos es nuestra capacidad de superación cuando peor lo estamos pasando. Es muy difícil ver a una persona rendirse incluso en los peores momentos y creo que eso es lo que nos hace tan especiales, por encima de todo. Aunque por otra parte, me parezca paradójico que tengamos que estar en las peores situaciones para demostrar nuestra verdadera valía. ¿De dónde viene el título de esta entrada entonces? Os voy a ser sincera, quería ser dura al tratar este tema. Muy dura, si me lo permitís. Básicamente porque considero que somos muy injustos con nosotros mismos como especie. Lo mismo que en el primer párrafo alabo nuestra capacidad de superación, también critico con dureza el ser la única especie en la faz de la tierra, capaz de juzgar y discriminar de manera sumamente