Lágrimas saladas
Arena entre mis dedos. Mi pelo alborotado. La brisa sobre mi cara. El sonido de las olas rompiendo sobre la orilla. Las gaviotas y su gorjeo sobre mi cabeza. ¿Por qué siempre acababa refugiándome en aquel lugar? Quizás porque el profundo océano consigue darme serenidad, hacerme sentir segura o lo suficientemente tranquila como para pensar en paz. Puede que nos veamos atraídos hacia el agua, porque nos recuerda a aquellos momentos en los que permanecíamos en el líquido amniótico. Sintiendo la presencia de nuestra madre y su voz en apenas murmullos imperceptibles. En ese momento todo es perfecto. Existir pero con la seguridad de que alguien vela por ti, te cuida sin saberlo y con quien crearas un vínculo que no compartirás con nadie más. Pero entonces rompen esa conexión física y nacemos. Todo dependerá de nosotros ahora; hasta respirar. La primera vez que nuestros pulmones se llenan de aire y lloramos, puede que sea la primera vez que sintamos miedo. Nuestra supervivencia d...