Prejuicios: Mujeres, hombres y viceversa

¿Hasta qué punto influye la sociedad sobre un hombre/mujer? ¿Hasta qué punto influye la biología/genética en ambos sexos? Cuando tratamos de hablar sobre las diferencias sobre hombres y mujeres siempre se abre un debate complejo; no exento de infinidad de prejuicios. Damos muchas cosas por sentadas, cuando solamente nos basamos en lo que hemos escuchado de otras personas. ¿Cómo puede hablar una mujer sobre lo que es ser un hombre, si no lo es, y viceversa? Sin embargo, son los hombres los que con mayor libertad se animan a hablar sobre los problemas que conlleva ser una mujer con, a menudo, bastante frivolidad… ¡Ves! Yo misma tengo prejuicios. Hablando en serio, me resulta bastante difícil ser objetiva con temas de este estilo, pero desde cuando en este blog intento ser objetiva. ¡Es mi opinión a fin de cuentas! Una opinión nunca es objetiva.

Sin embargo, aquí voy a exponer la percepción en general que tiene la sociedad sobre lo que pueden hacer hombres/mujeres, nuestros gustos dependiendo del sexo y toda esa serie de prejuicios que, a lo largo de los años, nos han ido inculcando desde que prácticamente nacemos. Muchos pensaran que soy una exagerada al afirmar esto último, pero si os paráis a pensarlo os daréis cuenta de que nada más nacer, dependiendo de si somos una niña o un niño, nos vestirán de azul o de rosa. Si eres una niña, te pondrán pendientes y te llevaran perfectamente conjuntada. Ahora si eres un niño, no necesitas llevar pendientes y con ir "repeinado", con unos vaqueros y una camiseta ya es más que suficiente. ¿Hacemos que la vida de las niñas sea más complicada que la de los niños, nada más nacer? Pues sí. ¿Influimos en que las niñas por lo general sean más coquetas que los niños? Pues también.  Luego, ¿quién marca realmente las diferencias entre hombres y mujeres?

Cada persona es un mundo y está claro que hay personas que tienen más carácter que otras, al igual que hay personas que se dejan influenciar más que otras. Lo que es innegable es que todos, de una manera o de otra, estamos influenciados por lo que nos han enseñado y luchar contra eso es prácticamente imposible. La desigualdad entre sexos es un caldo de cultivo milenario, al igual que el racismo – por poner otro ejemplo . Ese caldo de cultivo ha conllevado que, entre todos, dictaminemos lo que cada uno es capaz de hacer o sentir dependiendo de su sexo. ¡Craso error!

Precisamente ese caldo de cultivo, al que hago referencia, es lo que conocemos como: educación. Para cualquier persona es esencial la educación recibida y no puedo evitar observar la diferencia a la hora de ser y de comportarse de ciertas personas con respecto a otras. Esa observación me ha hecho darme cuenta, de que los factores externos son decisivos a la hora de cómo se comportan esas personas. “Yo soy yo y mis circunstancias” decía Ortega y Gasset. En ese sentido para todos, las circunstancias son decisivas y nos influyen para ser de una manera determinada porque a fin de cuentas vivimos en una sociedad. Si desde pequeño te inculcan que debes ser de una manera determinada, al final probablemente lo serás y no tiene nada que ver con tu sexualidad. Como he enumerado anteriormente, influimos en los niños en cómo deben de ser por las propias costumbres que hemos ido heredando, a lo largo de los años, y romper con esas costumbres para dejar que cada persona encuentre su propio yo, independientemente de su sexualidad, es fundamental. Así lograríamos romper con los tópicos acerca de cómo son hombres y mujeres.

Remitiéndome de nuevo, a que la sociedad marca las diferencias entre hombres/mujeres no puedo evitar hablar sobre las profesiones. Estadísticamente hablando hay una diferencia muy elevada de mujeres que estudian enfermería o magisterio con respecto al número de hombres que optan por formarse en estas ramas. Si nos remitimos a una ingeniería o carreras de la rama científico/tecnológico lo normal es que ocurra lo contrario. No son pocos los que utilizan esta realidad para justificar sus argumentos acerca de qué nos gusta más a hombres y mujeres. No obstante, hay también un dato estadístico que me llama particularmente la atención. ¿Por qué las mujeres optamos cada vez más por estudiar una ingeniería y los hombres, por su parte,  ya no tienen tantos reparos en cursar magisterio o enfermería? ¿Qué ocurre? ¿Es una mutación? ¿Un trastorno mental colectivo o quizá que vamos superando nuestros propios prejuicios?


Si observamos la tabla colocada justo arriba de estas líneas, nos daremos cuenta del aumento increíble de mujeres matriculadas en una ingeniería en España en los intervalos del 79 al 91. Aquí tenemos que tener en cuenta dos factores. En primer lugar, que estamos hablando de los primeros años de democracia en España, donde comenzaban a propagarse los primeros coletazos del cambio y la lucha hacia la igualdad de género; marcando por inercia el nuevo papel de la mujer en la sociedad española hacia una vertiente más activa, en el ámbito laboral. Por tanto, cada vez había más mujeres en las universidades españolas. En segundo lugar, entre las ramas sobre las que optaban las mujeres en aquel momento, las ingenierías no eran su preferente. Pero en apenas más de 12 años, el total de mujeres que habían optado por matricularse en una ingeniería había aumentado de 1.238 estudiantes a 10.271. Una diferencia muy considerable. ¿A qué se debe esto? ¿Por qué aumenta año tras año, cada vez más, el número de mujeres matriculadas en una ingeniería? ¿Influyen los prejuicios? Por supuesto. 

Está claro, entonces, que las principales diferencias entre hombres y mujeres son simplemente físicas... el resto es lo que yo denomino diversidad: aquello que nos define como individuos. Todos somos diferentes y tenemos nuestras propias aficiones y para nada influye la sexualidad en ese sentido. Que intenten justificar nuestros gustos como algo preestablecido por la naturaleza, es absurdo. Lo único que establece la naturaleza es nuestra función como especie, enmarcada dentro de la biodiversidad, que debe existir, para que todo sea una cadena perfectamente forjada y sólida.

Somos animales y como tales debemos remitirnos a las leyes de la supervivencia, donde es crucial la reproducción para nuestra propia coexistencia. Esto último es lo que marca las diferencias físicas entre sexos... físicas, que no mentales o de gustos. Tenemos la misma composición orgánica y, por tanto, tanto hombres como mujeres, estamos perfectamente cualificados para hacer todo aquello que nos propongamos. Las profesiones y los hobbies es algo que ha inventando el ser humano, por ello no hay ninguna regla científico/lógica que establezca QUÉ es más apropiado para un hombre o para una mujer. 
               
Pero como estoy hablando de factores físicos, vamos a extrapolarlo al deporte. Remontémonos a los años 70, aquí en España, al deporte rey del país: el fútbol. ¿A cuántas mujeres les gustaba el fútbol? Muy pocas. ¿Cuántas lo practicaban? Menos todavía. Hoy somos muchísimas mujeres las que disfrutamos del fútbol. En aquellos años cualquiera habría dicho que era algo para hombres y por naturaleza no nos debería de gustar, ni podríamos practicarlo las mujeres. Físicamente no podemos competir al mismo nivel que los hombres, por mera cuestión de masa muscular y resistencia – por eso no hay equipos mixtos en las divisiones profesionales  pero eso no nos impide poder practicarlo y aun menos el poder disfrutarlo.

Lo mismo ocurre con disciplinas como gimnasia rítmica o natación sincronizada, donde nunca un hombre podría estar al mismo nivel de una mujer. Precisamente, no hace mucho, en un talent show conocí a un chaval que practicaba gimnasia rítmica. El muchacho comentó en el programa de televisión, que le habían cerrado muchas puertas por el mero hecho de ser hombre. ¿Acaso no tiene derecho a practicarlo por no tener tanta flexibilidad como una mujer? ¿Acaso no puede existir una modalidad masculina de gimnasia rítmica o de natación sincronizada? ¿Acaso ambos deportes no se enriquecerían si utilizasen a su favor las habilidades físicas innatas de hombres y mujeres, para crear nuevas modalidades, donde en lugar de discriminar a las personas por lo que son, se respetase a esas personas por lo que son capaces de hacer

Pero metamos aún más el dedo en la llaga. Hablemos de los tópicos… pero no sobre las mujeres, que ya está muy visto, hablemos sobre la masculinidad: los hombres no lloran, no son cariñosos y son unos "guarros". Tres tópicos sobre el género masculino que hemos escuchado hasta la saciedad. Analicémoslos:

  • En primer lugar, los hombres no son cariñosos va ligado a no lloran, por tanto, no muestran sus sentimientos o emociones. A su vez va ligado a: se fuerte. En la sociedad lo vemos como una prueba de virilidad y fortaleza. Llorar y mostrar tus sentimientos es una manera de sacar lo que llevas dentro. Si una persona se guarda todo lo que siente, sus miedos y dolor se transforma en odio y este solo tiene una forma de transmisión: la violencia. Con estas afirmaciones estamos consiguiendo que los hombres sean emocionalmente más inestables que las mujeres. Les pedimos que guarden con recelo sus emociones y ello conlleva a que, en los casos más extremos, algunos hombres sean propensos a ser más violentos. ¿La violencia machista tiene algo que ver con esto? Tiene que ver con esto y con la manera en la que inculcamos a los niños la dominación y subordinación hacia la mujer – ante la ligera diferencia de fuerza física entre ambos sexos . Remarcado, para poner la guinda al pastel, con la visión de doncella en apuros que nos venden por todos lados: la mujer debe ser protegida por la imponente fuerza masculina… 
  • En segundo lugar, son unos guarros. Si desde que eres pequeño tus padres no te han inculcado a realizar las tareas del hogar, es normal que luego seas un dejado. Porque conozco a muchos hombres que para nada lo son y ahí es donde te percatas de la importancia de la educación a temprana edad. A conseguir establecer las mismas tareas tanto a tus hijos como a tus hijas, independientemente del sexo al que pertenecen. 

Pero ya que estamos, saquemos a la luz también un par de tópicos que no pueden faltar a la hora de hablar sobre una mujer. Solo dos: a las mujeres se nos dan mejor los niños y las mujeres hablamos hasta por los codos. 
  • A las mujeres se nos da mejor los niños: Si desde que llevas chupete te regalan una muñeca que se hace “popo” para que “juegues” a quitarle los pañales, a darle el biberón y a acunarla… quizá, y solo quizá, estés influyendo un “poquitín” en que cuando la niña crezca su mayor propósito en la vida sea tener o cuidar de un bebe. 
  • Las mujeres hablamos por los codos: Como ya he comentado, a las mujeres no nos ponen límites a la hora de poder llorar o decir lo que sentimos, sin que nos llamen “maricón” – con las connotaciones de otra índole, que conlleva el utilizar esta palabra, de forma peyorativa, sobre alguien . Quizá esto también influya un “poquito” en poder hablar con más libertad con nuestras amigas o con quien sea sobre lo que nos ocurre. 

Podría seguir y seguir enumerando tópicos  – al cual más manido . Pero sería redundar demasiado en el mismo concepto: nos hacen creer que hombres y mujeres somos mucho más diferentes de lo que realmente somos. Las mujeres podemos hacer cualquier cosa que haga un hombre y viceversa. A un hombre le puede gustar lo mismo que le gusta a una mujer y viceversa. Porque cada mujer y cada hombre es diferente. Los prejuicios que tenemos sobre hombres y mujeres son los que nos impiden vivir en una sociedad más igualitaria, con mayor número de oportunidades, más justa y sana. Porque a fin de cuentas nos afecta a todos como colectivo y, por supuesto, como personas. No es justo que nos impongan cómo debemos de ser y que nos impidan desarrollarnos plenamente como individuos. Todos podemos hacer lo que queramos, independientemente de las limitaciones que tengamos. Siempre y cuando, el límite lo establezcamos nosotros y no el resto.

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