El amor

Soy consciente de que muchos leerán el título y les echará un poco para atrás la idea de leer una entrada dedicada al amor. Pero no tenéis de qué preocuparos, pues no tengo pensado escribir una entrada hablando sobre lo bonito y maravilloso que es el amor o algo por el estilo. Yo soy más de intentar darle un sentido al porqué de sentir ese sentimiento difícilmente descriptible. De hecho, me echaba para atrás la idea de escribir una entrada de este estilo porque, sinceramente, no sé cómo describir ese concepto. Me viene grande incluso entender qué es el amor realmente. Pero sí que puedo entender y creo entender, en qué aspectos el amor es un pilar fundamental en nuestro día a día. 

Si me lo permitís, me tomaré la licencia de utilizar un poco aquello que la ciencia nos ha dado a conocer acerca de los sentimientos. ¿En qué sentido nos puede ayudar sentir a la hora de sobrevivir? ¿Hasta qué punto nos guía el instinto por encima de nuestras propias emociones? Supongo que esto mismo debió de preguntarse un psicólogo llamado Harry Harlow a mediados del siglo XX para realizar el siguiente experimento, con un pariente lejano nuestro: el mono. Siendo arrebatado de la protección materna, a pocos meses de nacer, el pequeño mono fue encerrado en una pequeña jaula con dos compartimentos durante varios meses. En cada uno de los compartimentos había dos muñecos con forma de mono.

El primate podía entrar y salir de cada compartimento cuando quisiese. Uno de los muñecos estaba construido con alambres pero, sin embargo, en él se depositaba todo los días el alimento del mono; por lo que el instinto debería indicarle al mono la necesidad de acudir al muñeco de hierro cada vez que necesitase alimento. El otro mono, colocado en el compartimento de al lado, era un mono relleno con un cojín y envuelto en una toalla, pero este muñeco no le proporcionaba la subsistencia mientras el otro sí.

¿Es el afecto por tanto una muestra de interés? ¿Queremos a otros por puro y mero interés o como una herramienta de supervivencia? Cual fue la sorpresa del psicólogo cuando comprobó que el amor no es una mera herramienta de supervivencia sino algo más. Después de llevar varios meses con su cruel experimento, un buen día deciden asustar al mono para comprobar su reacción. Para sorpresa de Harlow, el mono no iba buscando la protección en el muñeco que le daba de comer sino al inservible pero apachurrable mono de “peluche”. ¿Por qué en una situación así el mono no acude a quien le alimenta todos los días?

Pese a que la manera de proceder del científico es bastante cuestionable, podemos sacar un par de puntos claros sobre el asunto. El primero de ellos es que el hecho de que alguien te ofrezca alimento o incluso protección, no quiere decir que vayas a establecer lazos afectivos con esa persona. El segundo es que el amor o el afecto no es una simple herramienta de interés o de supervivencia... es algo más.

Sin embargo, Harry Harlow llevó a un nuevo nivel su retorcido experimento. Poco a poco, fue creando muñecos “monstruo”. Estos muñecos al igual que los anteriores, estaban construidos de felpa y rellenos con materiales blandos y esponjosos... pero con la diferencia de que cada uno de los muñecos le hacía algo desagradable al mono, durante periodos de tiempo – como zarandearlo, pincharlo o asustarlo . Pasado ese periodo de tiempo, el mono se acercaba de nuevo en busca de protección y cariño hacia el muñeco. Esto le podría dar una cierta explicación, al motivo por el que algunas víctimas de la violencia machista siguen afirmando sentir amor hacia la persona que la ha maltratado: nuestra necesidad, a veces enfermiza, de sentirnos queridos… Es más, lo necesitamos como medio de vida y eso lleva, a esas víctimas del maltrato, a desear con tanta fuerza ser amadas que no son capaces de darse cuenta de que le están haciendo daño. Llegando a creer ciegamente que ese maltrato es una muestra de amor... Es enfermizo y de locos, pero ocurre.

Por tanto es completamente verídico el afirmar, que aunque un niño pequeño esté bien cuidado y atendido, puede llegar a morirse de tristeza si no recibe afecto y cariño. Puedes alimentarlo, asearlo y que el niño este perfectamente sano y bien cuidado… pero si no recibe afecto, se muere. ¿Por qué? ¿Qué relevancia tiene el amor en el sentido meramente biológico y científico? Está claro que es muy difícil saberlo con certeza y que la ciencia probablemente no es capaz de darle un sentido completamente certero a la existencia de los sentimientos. Podemos curar todo tipo de enfermedades, gracias a la ciencia, vivimos cómodamente gracias a ella... Pero esta no es capaz de darle un sentido al motivo por el que el ser humano llora. Curioso y fascinante a la vez, ¿verdad?

No sé hasta qué punto estaré más o menos cercana a la realidad sobre el tema que intento tratar. Pero tal y como lo veo yo, el amor o las emociones es un baluarte más del que dispone la naturaleza para hacer que exista vida. La vida con organismos pluricelulares, poseedores de sentidos que permitan mínimamente hacerle al huésped observar y sentir aquello que le rodea. El hecho de que podamos sentir dolor físico cuando nos hacemos daño es clave. Que podamos observar, oler u oír aquello que nos rodea también lo es. ¿Por qué pese a que todo lo que nos rodea es tan vasto y hostil, nos aferramos a la vida tan desesperadamente? Y no me refiero solamente a la raza humana, me refiero también al resto de seres vivos.

¿Por qué una gacela pese a que vive, desde el momento en el que nace, atemorizada a ser devorada por alguno de sus muchos depredadores sigue adelante? ¿Porque la naturaleza la ha hecho así? ¿Para comer y reproducirse? ¿Solo esos dos factores le hacen querer seguir existiendo? “Una gacela no se pregunta por qué existe, Vayo”, estaréis pensando muchos. Pero entonces, ¿por qué existe el suicidio o hasta el estrés en el resto de animales? ¿Por qué ciertas especies son capaces de aceptar en su manada a otros animales que no son de su misma clase? ¿Por qué el ser humano tiene animales de mascota y forma lazos afectivos con ellos, desde la existencia de las primeras civilizaciones? Los gatos momificados de Egipto, ¿os suenan? ¿Qué les llevaba a los egipcios a honrar a los gatos con los mismos honores que a los miembros de su propia familia? ¿Qué le lleva a alguien a romper con todas las leyes de la naturaleza establecidas para querer acabar con su propia vida?

Está claro que la vida no es solo mera supervivencia, debe existir algo más que nos una a la delgadísima hebra de la vida y ese algo es el amor. El problema es que el ser humano tiende a enmarcar a este, sólo en el ámbito romántico, es decir, a enamorarse. Pero el sentimiento del amor se extiende a casi cualquier cosa: a tus aficiones, a tus allegados, a tus mascotas, a personajes ficticios, al lugar donde vives o hasta a objetos inanimados. ¿Acaso uno no se siente triste cuando abandona el hogar donde ha vivido durante un tiempo o incluso tiene aprecio hacia una colección de objetos que ha ido recopilando a lo largo de cierto tiempo? En el caso de las personas, al ser conscientes de que existimos y a nuestra capacidad de recordar, lo que sentimos es el doble de fuerte e intenso que el de cualquier otro animal y, al mismo tiempo, por tanto, más destructivo. El amor no puede existir sin su contrapartida que es el odio, ambos viven cogidos de la mano y cuanto más hayas sido capaz de experimentar lo que es el amor, más consciente serás de la existencia del odio en aquello que te rodea.

En definitiva, creo que nuestros sentimientos son casi como un medio de vida. Lo que sentimos es aquello que proyectamos hacia los demás y hacia lo que nos rodea. El afecto, la cercanía y la pasión son los factores que hacen que nos aferremos a la vida tan desesperadamente. Somos capaces de amar todo aquello que nos rodea. Tenemos tal capacidad de sentir, que es ese sentimiento lo  que marca cada acción que realizamos en nuestro día a día. Todo lo que hemos creado ha sido inspirado por ese sentimiento. El arte o la cultura no pueden existir si el ser humano fuese incapaz de amar.

Hay personas que me preguntan el motivo por el que escribo y sinceramente no hay un motivo. Escribo porque necesito escribir; escribo porque tengo cosas que contar; escribo porque es mi medio de expresión; escribo porque quiero dejar de alguna forma mi marca en el mundo; escribo porque me apasiona escribir. En definitiva, escribo porque siento y lo que siento me hace querer escribir… Es un ejercicio de retroalimentación: sentir me hace hace querer escribir y escribir me hace sentir. De alguna manera me permite, plasmar el remolino de extrañas sensaciones que experimento cada día dentro de mí. Y esto mismo es lo que siente un compositor, un dibujante, un escultor, un bailarín, un arquitecto o hasta un científico.

El sentimiento de curiosidad, de querer aprender o saber es también una manera de apreciar aquello que nos rodea. Si algo no nos importa, no le prestamos atención. El hecho de que el ser humano haya sido capaz de crear todo lo que ha creado, es también la prueba de que todo nos llama la atención. De que en realidad, estamos enamorados de la vida. Pero que al igual que ocurre con una relación, también somos capaces de sentir la contrapartida de todo eso… Y eso nos ha llevado a destruir, a odiar y a traicionar.

Haciendo un resumen rápido de todo lo que he narrado en esta entrada: amar nos mantiene vivos. Es nuestra razón de ser, de querer permanecer en este mundo que nos rodea, pese a las adversidades, y es la manera en la que la naturaleza le da sentido a nuestra realidad. Es el motor de nuestros sueños y de que si nos arrebatan aquello que más queremos seamos capaces, incluso, de querer acabar con lo único que tenemos realmente en la vida: nuestra propia existencia.

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