Rota
Sostener mi vida en esta realidad que me ahoga es una tarea descorazonadoramente marchitante. Hay ocasiones en las que me obligo a simplemente permanecer con los pies en la tierra, sin permitirme fantasear, porque en el momento en el que despego los pies del suelo, cuando mi imaginación se activa, experimento un placer y unas sensaciones que a veces siento que el resto de personas o mi día a día no me podrán aportar jamás. Quizás es que simplemente llevo mucho tiempo rota y la manera de disimular todo ese dolor ha sido mantenerme ocupada.
No paro de mencionar la importancia
de pararse a pensar, de pasar tiempo a solas para conocer y entender qué nos
sucede. Creo que he roto mis propios principios, he huido por temor a ver que
en el fondo hay mucho de mí misma que tengo que arreglar. Mucho de mí misma que
tengo que afrontar…
Pero es difícil hacer ese esfuerzo
cuando la vida no tiene compasión con nada, ni con nadie. Tú
puedes pararte a pensar, pararte a curar tus heridas… Pero el tiempo no te va a
dar tregua, ni las personas tampoco. El
ser humano es un coladero de emociones a ser cubiertas y satisfechas de forma
voraz. No tenemos piedad, queremos sentir y vivir, pero el propio sistema
que hemos construido nos cohíbe de poder hacerlo. Todo me resulta muy complejo de manejar cuando se trata de las
emociones. Cuanto más sé sobre ellas más siento que me alejo de encontrar respuestas
y, lo que es peor, más siento que me alejo en mi búsqueda de encontrarlas.
Quizás por eso hace tanto tiempo
que no me nace escribir textos como este. Cada vez que me sumerjo en mis emociones
percibo tantas sensaciones que me abruma el simple hecho de hacer este
ejercicio. Tal vez ya no tenga la energía de antes para dejarme ir, para transportarme a otra realidad que de alguna manera
me hace sentir segura y a salvo. Una paz momentánea para después volver a
advertir como me suelto a mí misma en una jaula llena de leones.
Son demasiadas las experiencias y
los momentos que se arremolinan en mi mente… Demasiados los desplantes, los
dobles sentidos camuflados de buenas intenciones… Vivo en una realidad
despiadada que no tiene tregua con nadie, que no nos deja enfermar, que no nos
deja ser vulnerables, que no nos permite caer… porque hacerlo supondrá que otros sigan el paripé por ti. Y duele
sentir que simplemente estás aquí para vivir una realidad que no te pertenece,
que no quieres, ni te agrada. Una realidad cruel que otros han creado y formado
bajo sus propias necesidades, pero nunca bajo las necesidades de la mayoría.
Por eso no me permito imaginar como antes. No me atrevo a entregarme a las palabras y su significado. No me atrevo a dejarme embriagar por las sensaciones de estar en el lugar seguro y acogedor que es mi imaginación, porque si lo hago no sé si podré volver a la realidad que me rodea y me angustia. No sé si me veré capaz de mantener la compostura, la fortaleza y frialdad que a veces me impongo tener para poder continuar fuerte ante las situaciones con las que continuamente tengo que lidiar. No quebrarme, ni romperme… No sentir que la percepción de todo lo que me rodea me ahogue ante el peso de lo que somos y representamos las personas: entes perdidos y asustados, sin un fin más allá del mero hecho de existir con el conteo incesante del reloj taladrando cada partícula de nuestro ser.
Por todo esto perdemos progresivamente
la capacidad de jugar, de imaginar y hasta de sentir. ¿Cómo encajaría todo esto en una rutina diaria donde lo único que
importa es ser eficiente, competitivo y funcional? La depresión o las
enfermedades mentales no se estudian con el detenimiento que debería porque
hacerlo supone reconocer que las personas no somos máquinas. Y duele sentir que solo conmigo misma puedo
ser sin ataduras. Duele sentir que nunca dejaré de estar rota. Que nunca dejarán de hacerme sentir rota.
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