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Mostrando entradas de febrero, 2018

Volar

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Surcar el cielo con los ojos cerrados. Sentir el frío abrasador sobre mi piel; apenas cubierta por una fina tela. Cruzar océanos, sobrevolando su cristalina superficie, notando el sutil chisporroteo del agua sobre mi cara. Mi cuerpo fluyendo sin ataduras y con gracilidad, carente de la pesada gravedad que martiriza a mis enjutos hombros. Bailar con las nubes, sin tener miedo a cansarme. Oír rugir el viento incitándome a seguirle el juego, a dejarme llevar y hacer temblar mi voz con un inaudible lamento.  Noto que mi cuerpo se contrae por el éxtasis que la libertad me provoca, al no sentir las ataduras de la nada. No hay tierra donde tropezar, rocas que rasguen mi ropa, barro que manche mis manos... No hay gente, no hay gritos, no hay malos gestos, no hay voces, no hay miedos, no hay nombres, no hay apariencias y engaños. Solo mi cuerpo flotando y mi mente en blanco. Solo yo, conmigo misma. Sintiéndome, por primera vez, sin un tupido velo lleno de marañas oscuras y opacas que

Soy sentimiento

Soy débil. Sí, así me he sentido muchas veces en mi vida y cuando lo sentía miraba hacia el suelo reprochándome mi vulnerabilidad. Creo, además, que si eres una mujer este sentimiento se agudiza. “Lloras como una chica” . Ese menosprecio al llanto ha logrado que las mujeres nos reprimamos, ocultando nuestras emociones por miedo a ser juzgadas por ello. Llorar, sentir, emocionarte y mostrar tus más profundos miedos es supuestamente un signo de debilidad. La sociedad lo rechaza y no sabemos reaccionar si alguien se derrumba ante nuestros ojos. Con estas premisas no es de extrañar que en muchas ocasiones me haya sentido una “debilucha”. Porque soy de lágrima fácil y durante mi infancia se hizo duro a veces serlo. Quería ser invulnerable, como una heroína, pero llegada la hora de la verdad no podía contener las lágrimas. Hasta que un día comprendí de verdad lo que significaba llorar. Durante un momento de mi vida, uno de los más duros que he sufrido hasta la fecha, no podía llorar