Soy sentimiento

Soy débil. Sí, así me he sentido muchas veces en mi vida y cuando lo sentía miraba hacia el suelo reprochándome mi vulnerabilidad. Creo, además, que si eres una mujer este sentimiento se agudiza. “Lloras como una chica”. Ese menosprecio al llanto ha logrado que las mujeres nos reprimamos, ocultando nuestras emociones por miedo a ser juzgadas por ello. Llorar, sentir, emocionarte y mostrar tus más profundos miedos es supuestamente un signo de debilidad. La sociedad lo rechaza y no sabemos reaccionar si alguien se derrumba ante nuestros ojos.

Con estas premisas no es de extrañar que en muchas ocasiones me haya sentido una “debilucha”. Porque soy de lágrima fácil y durante mi infancia se hizo duro a veces serlo. Quería ser invulnerable, como una heroína, pero llegada la hora de la verdad no podía contener las lágrimas.

Hasta que un día comprendí de verdad lo que significaba llorar. Durante un momento de mi vida, uno de los más duros que he sufrido hasta la fecha, no podía llorar. Y quería hacerlo con todas mis fuerzas, ya que era la única manera que tenía de paliar mi dolor. Pero había llorado tanto, aquellos últimos días, que mis lágrimas acabaron secándose. Y allí estaba yo, con la cara descompuesta, la mirada perdida y un nudo en la garganta, que parecía querer ahogarme, siendo incapaz de derramar más lágrimas porque mi cuerpo no portaba más agua.

Fue entonces cuando pude entender el mensaje que transmiten algunas canciones y que hasta ese momento no lograba comprender. Por fin pude conectar con los sentimientos del autor de aquellas letras, que tantas veces había cantado y, sin embargo, nunca había entendido.

“Porque es en esa fragilidad donde encuentro la fuerza para contar una historia y así poder gritarle al mundo: no estamos solos.”

Quizás a partir de ese  día me sentí capaz de hablar de lo que siento, de dejarme llevar para conectar con mis emociones sin ataduras y sin miedos. Pero al mismo tiempo a partir de ese día algo se rompió en mí. Me hice más intolerante al llanto. Y me sentí rara e incluso hasta cierto punto vacía. Entonces logré entender que las lágrimas tienen un poder curativo asombroso y que sin ellas es más difícil curar nuestras heridas. Pero también aprendí que la propia pena puede lograr secar nuestras lágrimas; privándonos de su sano poder protector.

¿Sabéis? Todos/as estamos solos, escribir me lo ha enseñado. Porque para poder hacerlo debo estar sola, conmigo misma, y en el fondo me doy cuenta de que sola estoy siempre. Incluso aunque esté rodeada de gente. Lidiamos con tantas emociones en nuestro interior, que solo nosotros percibimos que por mucho contacto que tengamos con los demás, en el fondo todos somos meros desconocidos ubicados a kilómetros de distancia, los unos de los otros. Y, sin embargo, cuando escribo siento que quien lea mis palabras podrá entender quién soy y lo que siento. De manera mágica y enigmática el arte crea vínculos que nos hacen sentir menos solos.

Sentí rabia, cuando finalmente entendí que me habían engañado. Me habían hecho sentir toda mi vida como una débil. Como alguien demasiado sensible que no lograría sostenerse por ella misma y debería depender de los demás. Tuvieron que pasar años para lograr entenderlo. Años conociéndome y explorándome para que las garras de la escritura acabaran engulléndome. Y para mi sorpresa lo que nutría esas ganas de escribir, era mi propia sensibilidad. Esa que tanto habían criticado los demás y que yo con tanto ahínco había intentado ocultar.

Había enterrado tan profundo quién era en realidad, a causa de los demás, que cuando descubrí el poder que tenía el ser simplemente yo misma, quedé cegada por él. A partir de ese descubrimiento también pude revelar algo. Por una parte, quién había querido ocultar quien era yo en realidad y, por la otra, quién había querido abrazarse a esa parte de mí que yo consideraba, equivocadamente, un problema. ¿Buscaba aceptación? Sí, la de aquellas personas importantes para mí que siempre me habían extendido los brazos para que fuese libre de ser yo misma. Pero paradójicamente le acabé dando erróneamente más valor a la voz de aquellos que, en el fondo, solo querían esconder lo bueno que hay en mí.

Al final acabé comprendiendo que lo mejor que poseo es ese sentimiento que logra que mi diafragma se contraiga, de manera inexplicable, por el simple hecho de dejarme llevar al hacer lo que me gusta. Un sentimiento que solo puedo encontrar si me emociono, si soy sensible, vulnerable y frágil. Porque es en esa fragilidad donde encuentro la fuerza para contar una historia y así poder gritarle al mundo: no estamos solos.

Esa supuesta debilidad que veía la gente en mi ha resultado ser siempre mi gran fortaleza, porque no podría escribir si no hallara esa chispa en mi interior… Porque eso soy yo: sentimiento. 

“En el fondo todos deberíamos de hallar esa debilidad en nuestro interior y exponernos a ella.”

No puedo evitar emocionarme cuando un cantautor llora tras una actuación. Porque entiendo perfectamente lo que debe de sentir en ese momento. Cuando un cantante canta una canción, que él mismo ha escrito, y la comparte con los demás... es como revelar una de sus partes más intimas al resto del mundo. Exponiéndose como un libro abierto, de par de par, desnudo y a la intemperie. Mostrando sus miedos sin tapujos. Esos miedos que logró encontrar tras exponerse a sí mismo, día tras día, con tan solo una guitarra, una hoja en blanco y la soledad de una habitación vacía. Para al final enseñárselo a un mundo, que a veces no tendrá reparos en criticar lo que no conoce o entiende.

Conecto con ese sentimiento de inseguridad y de miedo. Con esa sensación de vértigo y exposición, que debe de sentir en ese momento el autor. Porque, a fin de cuentas, es la misma que siento yo, cuando publico algo y espero, impaciente, la reacción del público.

Si un cantautor llora mientras interpreta una de sus canciones, no es por debilidad. Se debe a que ha debido de luchar, reponerse y sufrir mucho como para enfrentarse a sus propias emociones, ponerlas en orden, plasmarlas a través de palabras, sobre una hoja en blanco, y después poder interpretarlas ante una sala entera; con un público expectante que solo podrá entender mínimamente, a través de su música, cómo se siente. E incluso, pese a todo esto, muchos no llegaran a empatizar con el mensaje; juzgando su trabajo sin molestarse si quiera en lograr comprenderlo.

“No dejéis nunca que sean otros los que os definan. Solo vosotros tenéis derecho a juzgaros.”

Por eso pese a tener pareja, familia, amigos y todo un conglomerado de personas a nuestro alrededor, nos acabamos sintiendo solos. Pensando que somos unos incomprendidos, que nunca lograremos trasladar lo que sentimos a los demás y por eso al final terminamos refugiados tímidamente en la escritura, la pintura, la música o el arte en general. Con la esperanza de poco a poco ir logrando domar nuestros impulsos y emociones e ir puliendo nuestras habilidades, con la mera esperanza de acabar sintiéndonos menos solos. Trasladando un mensaje, que deseamos que llegue a los demás y les haga, a su vez, sentir arropados.

Probablemente si le hubiera hecho caso a todas esas personas que me tacharon de ser x o y, todos aquellos que me encasillaban en alguien que nunca he sido, jamás me habría encontrado. No habría podido hallarme a mí misma y saber quién soy. Nunca me habría abierto en canal, por miedo a lo que pudieran pensar o juzgar sobre mí. Así que os suplico, por favor, que no dejéis que nadie os etiquete. Porque si dejáis que eso suceda, vuestras fortalezas se difuminaran y nunca lograreis encontraros a vosotros mismos. Habréis dejado, como han hecho muchos otros, que los demás os moldeen a su antojo.

Es demasiado difícil expresar lo que siento y quién soy. Porque me ha llevado muchos años entender que lo que me hace débil, es lo que soy. Y esa compresión es la que me ha llevado por los caminos de la escritura. Haciéndome ver y entender que lo que la sociedad entiende por fragilidad es en realidad la fortaleza de curarte, ponerte en pie, aprender y seguir adelante. Y eso lo entendí el día que perdí mis lágrimas y con ellas su poder sanador... el que tanto consuelo me había proporcionado toda mi vida.

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