Generación Millennials
Últimamente,
en ciertos medios de comunicación, se está utilizando un término que me saca
mucho de quicio. Millennials es la nueva forma que tienen de referirse a la
generación que nació durante el presente milenio – englobando también a la gente
con edades comprendidas entre los veinte y treinta años –. Obviamente no es un
término amigable... más bien todo lo contrario.
Normalmente
todo lo que sea relativamente nuevo solemos rechazarlo. Nos acostumbramos a lo
cotidiano; aquello que vemos y oímos diariamente. Rara vez nos gusta salir de
nuestra zona de confort y probar a hacer cosas distintas a lo habitual.
Conforme crecemos todo esto se va multiplicando y al final nos convertimos en
personas, por lo general, más intolerantes con aquello que no encaja con lo que
nosotros hemos vivido. Entiendo que para un sexagenario sea difícil empatizar o
entender las tendencias de la gente joven. La tecnología ha cambiado el curso
de los acontecimientos y ha remodelado absolutamente todos los hábitos del ser
humano. Pero, aun así, no veo justificable el enclaustrarse en el pasado y
rechazar tajantemente los cambios, sin ni siquiera pararte a analizarlos o a
hablar con la “chavalería” para lograr entenderlos.
La
tecnología es uno de los principales motivos por lo que se nos acusa de ser una
generación malcriada… Pero este no es el único factor sociocultural que entra
en la ecuación. Somos la primera generación en vivir en democracia. En reglas
generales nuestros padres o abuelos, han intentado darnos lo mejor del mundo, para que no pasemos por las mismas penurias por las que ellos pasaron. Es evidente
que existen muchos niños malcriados debido al exceso de sobreprotección que a
veces ejercen los adultos sobre los niños. No obstante, generalizar y meter a
todo el mundo en el saco, me parece muy desacertado.
Sin
embargo, y pese a todo, cuando veo este tipo de críticas hacia mi generación... me da por pensar en cómo eran nuestros padres o abuelos a mi edad. ¿Qué hacían
ellos durante su juventud? Lo normal era empezar a fumar bien temprano si eras
un niño. Antes de los dieciséis empezar a trabajar, porque no quedaba otra. Y a
partir de los veinte, irte a la tasca con tus amigotes a presumir de moto,
fumar y emborracharte mientras tu mujer te esperaba en casa con la comida en la
mesa. Si eras una mujer, las oportunidades de salir y divertirte, eran mucho
más escasas – teniendo en cuenta que socialmente ciertas cosas no estaban bien
vistas en la época –.
Es
cierto que entonces la vida era mucho más dura y no existían grandes "divertimentos"... Pero creo que la mayoría de las personas de mi edad, llevamos
vidas más sanas y somos mucho más tolerantes de lo que lo eran nuestros padres.
Aquel modo de vida estaba socialmente mejor visto, que el hecho de que un joven
de veinte o treinta años decida jugar hoy a Pokemon Go. El año pasado, por
estas fechas, no eran poco los artículos en periódicos o noticias en la
televisión que alarmaban de lo irresponsables que eran los jóvenes que decidían
salir a la calle, para jugar a un juego aparentemente para críos. ¿De verdad es tan inmaduro invertir tu tiempo libre en lo que más te gusta o interesa? ¿Está
mejor visto que la gente salga a emborracharse o a correr en unos Sanfermines,
como desquiciados, a alguien que tenga una simple afición con la que no molesta
a nadie?
La mayoría de las personas de mi edad, llevamos vidas más sanas y somos mucho más tolerantes de lo que lo eran nuestros padres.
Los
niños de los ochenta y noventa crecimos sobreestimulados. Los jóvenes nacidos
en los últimos diez años, tienen aún mayor cantidad de estímulos a través de la
televisión, internet, los videojuegos o la tecnología. Debido a ello, muchas de
las series o juegos de nuestra infancia las recordamos o recordaremos con
cariño porque forman parte de la mejor etapa de nuestra vida... Porque nos
ayudaron en un momento determinado o porque nos inspiraron en diversas facetas
de nuestra enseñanza. Somos una generación más creativa de lo que lo fueron
nuestros padres y eso se extrapola en una sociedad que cada vez es más
tolerante, equitativa y que avanza más rápidamente en diversos ámbitos. Quizás
hemos vivido demasiado sobreestimulados, puede ser... Pero no se valoran las
connotaciones positivas, que ello ha conllevado, con tanta vehemencia como si
lo hacen al analizar las negativas.
Sin
mencionar la facilidad con la que se banalizan nuestros problemas,
especialmente cuando queremos encontrar un empleo. Nuestros parientes lo
tuvieron mucho más fácil para poder encontrar trabajo. La mayoría eran trabajos
muy duros y en los que se les pagaba una miseria, por trabajar a sol y sombra,
pero al menos tenían un trabajo. Uno con el que poder formar una familia y
prosperar. Nosotros por otra parte, no tenemos esa suerte. No solo es que no encontremos trabajo, por un
gobierno inepto e irresponsable, sino que encima se nos acusa de ser los
principales causantes del desorbitado paro juvenil; que asola nuestro país. No
les queda otra que difamar, a través de los medios de comunicación, con
artículos en los que hablan de generación ni-ni, de nuestra inmadurez por no
querer formar una familia o crearnos fama de vagos, incompetentes y malcriados.
Solo les falta acusarnos también del cambio climático y el hambre en el mundo y
ya coronan la jugada. Porque claro, la crisis económica la hemos generado
nosotros también…
Mi
generación es la víctima de un sistema educativo, que ha sido mil veces cambiado
al gusto de cuatro señores trajeados, sin tener en cuenta la opinión de alumnos
y docentes. Hemos crecido estudiando en escuelas donde no se nos enseña a
pensar por nosotros mismos, sino a memorizar cual papagayos sin importar el
talento o las ambiciones del alumno en cuestión. Simples borregos que deben ser
adoctrinados para que permanezcan dóciles en el redil. Inculcándonos que la
manera correcta de proceder es casarse, tener una familia, una hipoteca de 35
años, por un piso de 40 metros cuadrados, un coche con seguro a todo riesgo e ir
a trabajar todos los días, doce horas diarias, por un sueldo mísero. Pero a la
hora de la verdad, después de tantos años formándonos y siendo obedientes, lo
único que encontramos son puertas cerradas.
Mi generación es la víctima de un sistema educativo, que ha sido mil veces cambiado al gusto de cuatro señores trajeados.
Nos
piden un curriculum vitae en el que se nos exige una cantidad ingente de años de
experiencia, idiomas, máster y cursos que engrosen las filas de una empresa
dirigida por jefes, que no actúan como lideres sino como tiranos de ordeno y
mando. Precios desorbitados por una simple vivienda o por un alquiler. Sin
mencionar las pegas y la discriminación hacia las mujeres – especialmente si
estamos trabajando y queremos tener un hijo –. Pero no, todo se resume en que
vivimos en los cuentos de Yupi, a
base de botellones, con nuestra tecnología, nuestra obsesión por una serie de
televisión y nuestra añoranza por los personajes de nuestra infancia.
Lo
que aprecio en mí misma y en mis amigos es puro desencanto. Tenemos ganas e
ilusión por cumplir nuestras metas y sueños, pero esta sociedad nos oprime y
corrompe. Hay muchísima gente que trabaja y estudia al mismo tiempo. Gente que, casi a escondidas o por vergüenza, estudian o se forma por su cuenta... para
dedicarse a ámbitos que están mal vistos socialmente. Gente que quiere
emprender. Gente que quiere trabajar y no encuentra en ningún sitio – aunque lo
busque incluso en el extranjero –. Hoy en día emigrar de tu país no es garantía
de nada, como sí lo era en la generación de nuestros padres.
Y
pese a todo esto, seguimos siendo los malos. Como si el peso del mundo cayese
sobre nosotros los recién llegados. Para mí la madurez es algo más que tener
una familia e ir con traje y corbata todos los días al trabajo. Madurar tiene
que ver con ser capaz de entender tus propias emociones, de aceptar la perdida
y, por supuesto, de tomar responsabilidades. Tener aficiones o intereses no te resta
puntos de madurez. Sí, sin embargo, tus acciones. Aquellas que te llevan a
perder los estribos viendo un partido de fútbol, a pelearte porque alguien no
opine lo mismo que tú o porque una persona no tenga tu misma ideología política.
Ver
una serie de animación con tu sobrino, rememorar viejos tiempos con los
personajes de tu infancia, revolcarte en el suelo o jugar con tus hijos no te
hace ser menos adulto. Te hace conectar con una parte de ti mismo que ya no
recordabas. Logras empatizar mejor con los niños y entender mejor a tus hijos y
allegados más jóvenes. Te permite, en muchos sentidos, ponerte en su piel. Probablemente
todos aquellos “adultos” que hablan con tanta libertad de nuestra generación,
desprestigiándonos y haciéndonos causantes de todo mal en la tierra, les falte reconectar
con esa parte que ignorantemente dejaron atrás. De volver a poner los pies en
la tierra y darse cuenta de que ya no están en la adolescencia. En esa etapa de
tu vida donde crees ver madurez allá donde no la hay. Donde haces lo que los demás
dicen porque quieres integrarte; donde siempre acabas diciendo sí por miedo al
rechazo; donde acabas aceptando fumar porque eso simboliza crecer, para tus
amigos. Es posible que sigan atrapados en aquella etapa de su vida y sigan
creyendo que todo eso es símbolo de madurez. Qué triste y penoso me parece…
A lo
largo de todas las generaciones, ha habido personas de todo tipo. No todo el
mundo es gente trabajadora y honrada. Por tanto, los Millennials no somos todos
una generación ni-ni. Llevo muchos
años luchando por lo que me gusta, estudiando y esforzándome. Al mismo tiempo, sé
lo que es trabajar en el campo: quemarte por el sol recogiendo patatas, la
cosecha de la aceituna, cavar y partirte el lomo. Mis padres me han dado
siempre lo mejor del mundo, pero enseñándome lo que es el trabajo y el
esfuerzo. Es innegable que muchos padres confunden lo que es la educación con
consentir y mimar en exceso a sus hijos… Pero somos muchos los jóvenes que
estamos luchando, bajo viento y marea, por tener un futuro… Pese a saber que no
será probablemente tan fructífero como el de nuestros padres.
No
me olvido de lo que es ser un niño, porque olvidarme de lo que ello conlleva me
hará ser una adulta horrible. Todos deberíamos de aprender esta lección y
quizás así dejaríamos de tener tantos prejuicios y aceptaríamos mejor los
cambios. No miraríamos con recelo a las generaciones futuras, ni les pondríamos
en los hombros la inmensa responsabilidad de años y años de malas decisiones e
irresponsabilidades. Ya está bien de que se nos falte al respeto.
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