Me falta el aire


Corría con los ojos cerrados, sin importar si se ensuciaba las manos, si el aire despeinaba sus cabellos o el barro manchaba sus zapatos. Sonreía acariciando las espigas de trigo de aquel prado mientras corría, desinhibida, alegre, feliz y completa. La niña más risueña que jamás haya conocido y yo, torpe de mí, intentaba seguirle el ritmo de sus pasos. Ojalá no tuvieras que contemplarte con mi mirada agotada y abatida…

Me miras y sonríes, yo intento imitarte, aunque no sé si lo logro hacer bien. Sabes que no puedo seguirte, que me puede la presión y la ansiedad… que el olvido me ha hecho olvidar cómo era dejarse llevar. Corres tan ligera… quiero creer que en algún momento tus pies perderán el contacto del suelo y echarás a volar. Sin embargo aquí estoy yo, trastabillada e insegura, atascada en este cenagal. Pareces danzar, impulsada por esa libertad sobrecogedora que me logra intimidar. Ya no logro recordar cómo era y es solo porque… tengo miedo a fallar. Me supera esta agonía y tú lo sientes. No eres consciente de cuanto me conmueve que intentes enmendarlo pero, pequeña, es difícil hacer sanar esta asfixia que me encoge el pecho y me quiere estrangular.

Tú vives tan en tu mundo, que parece que todo te da igual. Conforme te alejas me estremezco y solo puedo gritar tu nombre, muy a mi pesar.

             ¡No te alejes! ¡No quiero perderte!

Te acercas y tus ojos me sonríen. Solo me estás mirando pero me lo dices todo, sin necesidad de hablar. Y entonces me coges la mano, tan sutilmente, que te siento como apenas una caricia tenue y delicada que me logra reconfortar.

Avanzamos sin rumbo fijo y parece no importarte. Todo te da igual y no logro entender que no tengas miedo a perderte, a no llegar, a acabar en medio de la nada… sin un propósito y sin nada que ganar. Me desbordan estos pensamientos, ¿sabes? Y no sé cómo hacerlos cambiar, como volver a encauzar mi felicidad. Me asfixia la presión, los oídos me pitan ante el murmullo de los demás y yo solo quiero correr y saltar con la misma gracilidad con la que solía hacerlo. Pero mis pies no me responden y tú enseguida lo percibes. Me agarras más fuerte y no te detienes.

           – Para qué seguir… ¡Paremos, no quiero continuar!

Lo digo desesperada y entonces tu risa, la más cálida y libre de las risas, recorre el lugar y me vuelves a mirar. Sé lo que intentas y no puedo darte lo que quieres, ya no logro carcajear con semejante libertad. Me abruma pensar que nunca más volverá, que esta sensación no se irá, que mis emociones me lograrán ahogar…

No te planteas nada, solo te dejas llevar, y yo no sé cómo avanzar. Todo te logra motivar y yo cansada ya no sé qué escusa hallar, para poder avanzar. Quizás no es desmotivación… quizás sea la angustia de lo que mis ojos han debido contemplar. A ti te da igual, no le das importancia a qué habrá más a allá… Pero yo lo he visto, lo he vivido y sentido: la decepción constante, el egoísmo, la injusticia de quien no siente y traiciona a los demás, la desdicha de quien valora más la fachada y el qué dirán… antes que la lealtad.

Ojalá pudiera volver a contemplar, de nuevo, la mirada que me devuelves ahora y es que en algún momento de mi pasado me la debieron de quitar. Dar tanto para recibir tan poco y es que nunca he buscado gratitud… solo el sentimiento recíproco de aquel que sabes que nunca, jamás, te va a dañar.

Sé que te preocupa, intentas fingir que mi apatía no es nada por lo que inquietarse… pero me siento tan pequeña y sin ganas de querer avanzar. Y es que tu luminoso prado cargado de trigo es para mí tan solo la antesala de una niebla espesa, que no me deja ver más allá de tus pequeños pasos; a los que sigo a ciegas, tanteando el terreno con poco desparpajo. Lo mismo me ha cegado el desencanto y lo mismo me da miedo el fracaso, pero qué puedo hacer si este mundo nació trastabillado.

Gritaría, te lo juro, pero es que me falta el aire y tengo miedo de que te puedas asustar. No tengo derecho a desdibujar tu sonrisa, ni fatigar tus pasos. Si lo hiciera esta niebla finalmente me lograría aplastar y pese a mi continuo desaliento, quiero volver a ser… ser como fui y no como seré. Eres el recuerdo de lo que simboliza la libertad: la tierra mojada, el sonido de la indiferencia y el crepitar de la inocencia.

Y es que no quiero perder ni tu recuerdo, ni el brillo de tus ojos infancia; aquellos que aún tenían tanto por contemplar… Ojalá volver atrás y poder mirarlos una vez más. Aunque solo deseo volver a verlos improvistos de esas lágrimas que, anegadas en tus parpados, te impedían ver que los verdaderos problemas aún estaban por llegar. Y siéntete libre de ser, porque si algo no has perdido, ni perderás, es ser tu misma… aunque a veces sea difícil respirar el mismo aire que en ocasiones otros llegan a ensuciar. Y es que así es la vida: inquietante, esquiva y contradictoria en sí misma. Aunque solo tengo una cosa clara… creo que me puedo acostumbrar a volver a dejarme llevar, si me sigues sosteniendo de la mano al caminar.

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