¡Cinco años junto a vosotros/as!



A veces siento que la vida es como un sueño. Un sueño donde yo soy la protagonista y el resto de personas, que conforman mi vida, los personajes secundarios. Que yo misma soy la que va tejiendo los acontecimientos de mi vida y que mi imaginación es el todo que le da sentido a esta ensoñación que estoy viviendo. Y que en el momento en el que esta historia toque a su fin, será el día en que despierte… para recordar cada paso que he dado, cada risa que he compartido y cada lágrima que he derramado. Que pensaré en todo mi trayecto, quedándome no solo con los recuerdos sino, con lo más importante, mis sentimientos.

Al final todo este show va de eso… de lo que sentimos aquí y ahora. Es lo que nos hace especiales y lo que le da sentido a todo esto que vivimos y sufrimos. Sentir es lo que le otorga un mínimo de coherencia a nuestra existencia y no puedo, ni quiero, dejar de hacerlo… hasta que un día, finalmente, toque el momento de despertar.

Escribir me lo ha enseñado. ¿Por qué?, os preguntareis escépticos… Y yo os respondo con otra pregunta, como siempre suelo hacer: ¿Cuándo fue la última vez que os sentasteis solos a pensar sobre vuestra vida? ¿Cuántas veces habéis intentado pensar sobre quién sois? ¿Os habéis mirado al espejo sin intentar camuflar vuestro estado de ánimo, mirándoos tal y como sois? ¿Cuándo fue la última vez que conectasteis con lo que sentís? Trabajo, rutina y quehaceres que todos tenemos… sé de eso, porque nunca paro y siempre tengo mil cosas que hacer. Pero por eso precisamente necesito conocerme; conectar con lo que siento. Me da un poder que no os imagináis y sé que muchos no lo hacéis porque os da miedo descubrir qué encontrareis – tanto para bien como para mal –. Pero si tenéis miedo de vosotros mismos, es porque en el fondo estáis reconociendo que algo no estáis haciendo bien… que algo no cuadra dentro de vosotros.

Yo le tenía reparos a esto de escribir. En mi adolescencia la poesía me parecía algo cursi e inservible. No le daba valor… aunque no me culpo porque, desgraciadamente, nunca tuve un profesor que le diera el valor que merece a todo aquello que tiene que ver con el arte. Siempre fui la empollona que estudiaba y sacaba buenas notas, porque era lo que se esperaba de mí. Pero lo hacía por obligación… siempre por obligación. Por eso nunca le di valor a mi talento como escritora. Ni siquiera le di importancia a aquel sentimiento que experimenté, una noche estando sola en casa, cuando tuve la oportunidad, por primera vez, de escribir sobre lo que me diera la gana. Aquella noche fue especial… como una especie de paréntesis, dentro de mi historia principal, que vaticinaba que aquel instante iba a ser importante.

Al final esa es un poco la clave. Casi siempre lo hacemos todo por pura obligación… porque sí y porque es lo que se nos pide. Y a cambio debemos dar de lado lo que sentimos y lo que somos. Camuflándolo todo y fingiendo ser otra cosa.

Aunque no lo aparente, siempre he tenido un carácter bastante rebelde. Incluso con tres años, que se dice pronto, me daba rabia que me dijesen cómo tenía que vestir o con qué tenía que jugar. Pero cuando creces, por muy rebelde que seas, el peso de la sociedad hace que tengamos que sucumbir ante ciertas cosas – me enerva y me da rabia, pero sé que es un precio que, por desgracia, todos/as debemos pagar –. Sin embargo, hay un lugar donde ese peso desaparece… pues sumergiéndome en la escritura nada de eso importa. Aquí soy yo, independientemente de todo lo demás. Y no ha sido fácil encontrar esto dentro de mí y lo he pasado muy mal durante mucho tiempo. Porque han sido años y años de negarme, en el fondo, lo que soy y lo que siento. Hasta limitar mi imaginación porque… ¿¡dónde crees que vas siendo una niña que vive más en la nubes que en la tierra!?

¡Menudo vodevil, Violeta! Si la imaginación es tu realidad y tu vida es el sueño que tú misma te has montado… ya tienes ganas de meter drama y tragicomedia a esta historia. Me deberían de dar un óscar – inserte aquí risas enlatadas –.

Sinceramente algún sentido habrá que darle a todo esto y el único que yo quiero darle es de haber vivido mi vida siendo yo misma. Intentando brillar con luz propia pero sin apagar la luz de los demás. Para que el día en que despierte, de esta historia que “yo misma me he montado”, pueda exclamar: ¡ha merecido la pena! Porque eso es lo bonito que tenemos las personas… el ser capaces de dejarnos llevar por lo que sentimos y tergiversar con nuestras manos vacías la realidad austera y vacía y convertirla así en arte.

No sé si los demás lo sentirán como yo o si pensaran que me falta un tornillo – o dos – pero lo que sí tengo claro es que, por suerte o por desgracia, tengo la capacidad de observar y entender mi entorno de manera especial. Que mi poder de observación me hace entender cosas que los demás quieren evitar entender, por puro miedo. Pero tengo claro que quiero dejar mi huella en aquellos que, como yo, no se conforman con ser lo que los demás quieren o esperan de ellos. Que buscan encontrarse y entienden el poder que te otorga el saber quién eres.  

En el fondo entiendo que no todo el mundo pueda saberlo pues, en esencia, el conocimiento es el arma más poderosa del mundo. Mi abuelo fue el primero que me reveló esta certeza y ahora lo entiendo mejor que nunca. Cuanto te echo de menos… pero aquí sigues conmigo, enseñándome y guiándome, en esta historia tan particular que es mi vida. Como todas las personas que la conforman y que le dan sentido a todo esto. Especialmente a lo que escribo y a lo que siento… pues sin ellos mis palabras no tendrían ningún tipo de poder. Me siento muy feliz y orgullosa de poder tenerlos a mi lado.

Como orgullosa estoy de haber podido entender todo esto mucho mejor, gracias a poner mis emociones y pensamientos en orden, a lo largo de estos vertiginosos cinco años de baches, tropiezos, aprendizajes y madurez… Sin todo este conocimiento, que he ido reuniendo en forma de palabras, la travesía habría sido mucho más dura. Siempre podré recurrir a esto, el día que lo necesite y me vuelva a sentir perdida. De hecho, ya lo pongo en práctica cada vez que la cago y hago o pienso algo de lo que no me siento orgullosa.

Quiero ser mejor persona, no ponerme metas a la hora de aprender y no caer, de manera innecesaria, en los mismos errores del pasado. Por ese motivo seguiré aprendiendo, seguiré sintiendo y soñando… para así plasmarlo todo a través de las palabras que le dan sentido a toda esta historia. Si, además, por el camino ayudo a otras personas a aprender conmigo y a lograr que esta travesía no sea tan empinada y solitaria, para todos ellos y ellas también, pues esto habrá cobrado un cariz aún mayor.


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