Adiós

El tiempo es tan efímero, tan extraño… Lo que ahora es hoy, mañana será ayer. ¿Cuándo empieza lo que acaba? ¿Cuándo desaparece lo que conocemos y aparece lo desconocido? ¿Cuándo nos adaptamos al transcurso de las agujas del reloj… a su tic tac, a su vaivén, a la prolongada sombra que nos envuelve a todos?

A veces tengo la impresión de que mis recuerdos son tan solo el fragmento de un sueño y que mi presente es el momento en el que despierto, con los difusos atisbos de lo que realmente he soñado. El paso del tiempo desdibuja tanto nuestras vivencias, que resulta extraño que antes estuviésemos allí y ahora estemos aquí… en este instante y lugar.

Te parece irreal que personas que veías todos los días, a todas horas, ahora no estén. Tener su imagen tan grabada en tus recuerdos y que ahora busques por todas partes un lugar donde encontrar el contorno de esa figura para, al final, solo encontrar vacío. Un vacío que te hace entender que esas personas no volverán... Porque son tan solo el remolino de agua que un día el río de la vida se llevó. Pero cómo es posible que antes estuviesen y ahora ya no. Parecen fragmentos aletargados de una época que no volverá pero que, no obstante, existió pues es la causante de este instante... de este ahora.

Todo es tan efímero que ya no sé muy bien qué mantendré mañana, de todo lo que conservo hoy. ¿Olvidaré algo? ¿Cambiaré? ¿Cambiaran? ¿Se marcharan? ¿Me marcharé? Parece que surfeo en una corriente que me quiere llevar a algún lugar, aunque no sé muy bien dónde. Ni siquiera sé si cuando llegue a ese lugar será un hoy o un mañana. Porque ni lo que escribo me permite saber si aquello que era, cuando escribía, lo seguiré siendo mañana.

Quizá todo se podría resumir en que me da miedo decir adiós… No, quizás el problema es que me da miedo su significado. El abismo al que desemboca pronunciar esa palabra o la incertidumbre de no saber qué conlleva despedirse y hacia donde me lleva hacerlo. He dicho ya tantas veces esa palabra, que me aterra pensar la de veces que tendré que volver a hacerlo. Y no quiero volver a sentir que me arrebatan algo dentro de mí, que sé que será irremplazable. No quiero que se desencadene un nuevo agujero negro que me arrebate la energía, que vuelva grises los recuerdos más felices y que me haga querer volver atrás; a ese conjunto de fragmentos inconexos que forman parte de mi memoria... aquella que no sé si es la real o aquella que yo misma he querido dibujar en mi mente. Porque, ¿hasta qué punto los recuerdos son la certeza de lo que hemos vivido? Puede que en el fondo sean, simplemente, el deseo de cómo querríamos haberlos vivido.

Y pese a todo, ¿qué nos ata a querer seguir adelante cuando hemos acabado desembocando en el abismo, donde todo aquel que ha perdido a alguien termina destinado a permanecer? Nuestra añoranza de seguir recordando. De seguir saludando a ese alguien allá por donde él dejó su marca o el mirarte en el espejo y darte cuenta de que no son meros recuerdos... sino una certeza. Aquella certeza que se dibuja en tu mirada, que ha dibujado tu pasado, que dibuja las marcas presentes de tu rostro y que marcaran las futuras marcas en tu cuerpo y alma.

Porque no somos solo recuerdos sino más bien el reflejo de aquello que hemos vivido y de aquellos que nos han acompañado en el viaje. Además de lo que nosotros mismos hemos sido y seremos para aquellos a los que amamos. Al final todos dejaremos una estela de nuestro paso por la vida; que viajara de manera indefinida para aquellos que una vez conocimos. Puede que un adiós en el fondo no tenga porqué desembocar en una despedida sino, más bien, en el comienzo de algo nuevo. Y sé que lo nuevo puede resultar aterrador, pero no deberíamos de temer… A fin de cuentas, el pasado siempre estará ahí para llevarnos de la mano cuando más solos o desamparados nos sintamos.

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