Educación emocional


Llama la atención que cuando algo se convierte en cotidiano, deja de tener interés para nosotros. La curiosidad innata que poseemos durante nuestra niñez la perdemos demasiado rápido. Quizá por eso no nos damos cuenta de la cantidad de cosas que día a día pasamos por alto; sin prestarles atención. No solo a agentes externos que nada tienen que ver con nosotros, sino incluso a circunstancias que están íntimamente ligadas a cómo somos y que despreciamos de una manera sobrecogedora.

Los niños siguen siendo para mí toda una fuente de conocimiento. Me fijo mucho en cómo se comportan o reaccionan porque me sirven para detectar elementos que para mí no tienen relevancia, pero que para ellos les supone un gran descubrimiento. Lo que he podido detectar es que a parte de su desbordante curiosidad, muchas veces no saben cómo reaccionar a aquello que no conocen o no han experimentado con anterioridad. Esto conlleva que normalmente reaccionen con temor o con recelo. Pero lo más curioso es que en situaciones extremas, su reacción casi siempre suele ser el llanto. Sí, llorar por puro desconocimiento. Acaso no es eso lo que hacen los bebes. Su instinto les conduce a llorar, no solo porque no pueden comunicarse de otra manera sino también porque no saben lo que les sucede. Simplemente experimentan un malestar que no saben cómo interpretar.

En definitiva, el miedo a lo desconocido es nuestra principal herramienta de supervivencia, ya que nos ayuda a estar prevenidos. Sin embargo, ese miedo a lo desconocido se puede convertir en un serio problema si no sabemos identificar que lo que sentimos es miedo. ¿Qué ocurre, por tanto, si no sabemos que tenemos miedo? ¿Qué ocurre si tenemos miedo a lo desconocido y al mismo tiempo a la pérdida y lo ignoramos?

Retomando el tema de los niños… es curioso como solemos tratar a los niños con mayor complacencia que a un adulto o a un adolescente porque a fin de cuentas son adorables, con caritas redonditas y una inocencia enternecedora. No obstante, esos niños crecen y mientras lo hacen pierden parte de esa ternura que nos encandilaba para tornarse en “rebeldía”; la definición que le damos a reivindicar hacer cosas que hasta ese momento no podíamos hacer por las propias limitaciones que conllevaba ser un niño. ¿Es tan raro que al crecer quieras experimentar cosas diferentes o que empieces a querer hacer cosas que hasta ese momento no podías hacer? No, en absoluto. Pero para los adultos eso es signo de que comienza la tan temida adolescencia o, lo que es lo mismo, que su niño adorable se convierte en un manojo de problemas. Todos los padres, obviamente, no reaccionan de la misma manera – demos gracias… . Aun así la mayoría suele tender a ponerse a la defensiva.

No hay que obviar también, que a la vez que el “niño” crece también lo hacen las manidas obligaciones. Antes no te las exigían porque no podías hacerlas, pero ahora sí puedes. Como es lógico, para un adolescente esas “obligaciones” no son tan divertidas como todo el infinito horizonte de posibilidades que se despliega a su alrededor. Al final ocurre lo inevitable, los intereses del adolescente entran en conflicto, por primera vez, con los de sus padres y lo que antes eran halagos, juegos y travesuras ahora se convierten en bronca tras bronca. Y aquí señores es donde empiezan nuestros problemas, porque por primera vez sentimos la horrible sensación de pérdida. Si a esta primera vez le juntamos mil y un cambios más, la sensación para un adolescente normalmente es de desconcierto. Pero lo peor de todo, es que ellos mismo también están cambiando de mil y una maneras. Ya no son como antes, sienten sensaciones indescriptibles que antes no sentían y su propio cuerpo está sufriendo una “metamorfosis”. ¿Se necesitaría algo más para sentirte completamente enfadado con todo el mundo?

Es aquí cuando da comienzo la etapa favorita del ser humano para victimizarse. Ese periodo en nuestra vida que solemos mirar con mayor recelo cuando echamos la vista atrás y en el cual solemos juzgar en demasía las acciones cometidas durante esa época. Pero, ¿podría esa etapa ser diferente si hubiese más educación emocional al respecto? ¿Si los adultos que nos forman y nos hacen crecer como personas, especialmente nuestros padres y profesores, estuviesen más concienciados al respecto para hacernos entender qué nos pasa?

Es aquí a donde quería llegar, señoras y señores, no sabemos entendernos. Principalmente, además, porque no nos enseñan. ¿Cómo sabemos identificar cuándo estamos celosos, enamorados, tristes, enfadados, envidiosos…? Y lo más importante, ¿cómo podemos saber el porqué de ese estado de humor? Un adolescente es como un bebe que no sabe que tiene hambre. La supuesta rebeldía que demuestran es el equivalente al llanto de un bebe cuando desconoce qué le ocurre. No saben entender qué les pasa. Nadie se para a hablar con ellos y preguntarles directamente por cómo se sienten.

Un adolescente se siente solo y tiene miedo incluso a hablar con alguien porque cree que nadie lo va a entender. Por eso se refugian en quienes creen que les pueden ayudar… otros que estén pasando por lo mismo que ellos, es decir, sus amigos. Pero estos están tan confusos como ellos y muchas veces lo único que logran conseguir es el efecto contrario al deseado por el adolescente en cuestión. Mi pregunta es, ¿dónde están ahí los padres y tutores? ¿Dónde está ahí la educación? Tanto hincapié en enseñarnos ciencias, lengua o matemáticas pero ni una sola referencia a cómo entendernos a nosotros mismos. De qué sirven los psicólogos en el instituto si solo actúan cuando existe un problema y no cuando se puede prevenir ese problema. Cuantas asignaturas sin sentido he tenido que cursar en mi vida y cuanto bien, probablemente, me habría hecho a mí y a mis compañeros una hora a la semana de inteligencia emocional.

Un adolescente es un maldito lienzo en blanco. Necesita encontrarse, saber quién es y qué quiere hacer en la vida... Pero los adultos, en lugar de ayudarle, lo único que le generan son más dudas porque ellos a fin de cuentas tampoco fueron educados emocionalmente hablando. Al final, es el pez que se muerde la cola. Me gustaría ver más concienciación al respecto porque no paro de encontrar a gente en mi vida perdida. Perdidos sin saber quiénes son, qué sienten o qué quieren hacer. Perdidos porque no saben, ni siquiera, discernir su propio yo. Por eso es tan importante la educación emocional durante nuestra infancia y adolescencia.

Me ilusiona ver que hay docentes en infantil que cantan canciones a los niños sobre los estados de ánimo. Me ilusiona comprobar que se molestan por intentar concienciar a los niños sobre temas como el racismo, el machismo o la violencia desde tan temprana edad; para que sean conscientes desde el principio de los prejuicios que causa precisamente el desconocimiento. Que vayan prevenidos en la vida, antes de que tengan que experimentarlo por ellos mismos es la clave. Porque uno no siente tanto miedo al enfrentarse a algo por primera vez, si ya ha oído hablar de ello en multitud de ocasiones.

Aun así, siento que todavía queda mucho camino por recorrer. El ser humano piensa que es capaz de entenderse a sí mismo, pero se equivoca. Nuestro mayor reto siempre ha sido y será entendernos. Mirar dentro de nosotros, saber qué nos pasa y lidiar con ello. Al igual que un niño aprende a discernir que tiene hambre y ya no tiene la necesidad de llorar porque ya sabe lo que le pasa; el ser humano debería aprender también que hay sentimientos y sensaciones mucho más profundas que sentimos, día a día, y que obviamos simplemente por mero desconocimiento. Solo hay que ver que las grandes batallas que se han librado a lo largo de la historia, siempre han sido llevadas a cabo por personas incomprendidas que no eran capaces de lidiar con sus propias emociones. El miedo y el desconocimiento han sido la batuta que ha trazado la historia de la humanidad. No me gustaría que siguiesen siéndolo.

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