Miedo a lo desconocido
Al hablar sobre el miedo, la gente
tiende a pensar en aquello que le produce rechazo e incomodidad, es decir, las
fobias. Fobias a los insectos, a las alturas, a la oscuridad, a los espacios
cerrados… No obstante, nadie habla del miedo remitiéndose, explícitamente, a lo
que el concepto representa. ¿Qué es el miedo? Es un término difícil de definir,
sin embargo, tengo la teoría de que en el fondo el concepto de miedo difiere
en su significado dependiendo de quién lo interprete. En esencia, el miedo
suele manifestarse cuando desconocemos aquello a lo que nos enfrentamos. Sí, la
gente le tiene miedo a aquello que no comprende o entiende.
¿Qué ocurriría si uno de nuestros
antepasados viajase a nuestro presente? Probablemente sentiría un miedo atroz
hacia la tecnología, puesto que no entendería qué es o de donde proviene. El
tiempo y la curiosidad probablemente serían los únicos aliados con los que
podría contar, para poder desentrañar el misterio y dejar de tener miedo a
aquello que no conoce.
No puedo evitar pensar, que en las
primeras etapas en las que el homo sapiens comenzaba a ser consciente de lo que
le rodeaba, cualquier cosa probablemente le producía pavor. De hecho, está
claro que a lo largo de nuestra historia los mayores errores que ha cometido el
ser humano han sido precisamente por tener miedo a aquello que nos es
desconocido o ajeno a nosotros. El racismo, por poner un ejemplo, es una muestra
clara de ello. Hay que meter más ingredientes en la coctelera, para poder
entender el porqué del rechazo de unas personas hacia otras de diferente
“raza”, pero está claro que la chispa que lo desencadeno todo fue el miedo.
Pese a todo, no solamente tenemos
miedo de aquello que desconocemos. Hay tantas cosas por las que podemos tener
miedo... pero lo curioso es que la mayoría de ellas ya las conocemos y por tanto
hemos lidiado con ellas anteriormente. De hecho es importante conocer el miedo,
puesto que sin ese conocimiento difícilmente lograríamos tener precaución a la
hora de lidiar con aquello que nos pueda hacer daño. Pero a veces nos dejamos
guiar demasiado por nuestros miedos, permitiendo que nos nublen y que en la
mayoría de ocasiones dicten nuestra vida y las decisiones que debemos de ir
tomando a lo largo de ella.
Por esto precisamente, creo, que mi
mayor miedo es sin lugar a dudas el miedo a lo desconocido. Me aterra no ser
consciente de qué es algo o qué va a ocurrir si hago tal cosa o si voy a tal
sitio. Es por esto por lo que los adultos, solemos crearnos una zona de
confort de la que muy raras veces queremos salir. Somos conscientes de las
dificultades que conllevan el arriesgarse a probar cosas nuevas o embarcarnos
en nuevos proyectos. Es esa sensación de desasosiego e incertidumbre sobre el
futuro y lo que acontecerá, lo que nos provoca en ocasiones que nos olvidemos
de vivir el presente y a cambio nos obsesionemos con el futuro. Es paradójico
que actuemos así cuando precisamente lo único que conocemos y podemos cambiar,
es nuestro estado actual.
A todo
esto hay que sumarle, la imaginación. Todos conocemos el cuento de la lechera, ¿verdad? Al final, la pobre niña fantaseo tanto con su prometedor futuro vendiendo leche, que acabó por olvidarse de centrarse en lo único que realmente
debía hacer: venderla. Resumiendo, vender la piel del oso antes de
cazarlo. Lo mismo ocurre también a la inversa. Tenemos tanto miedo a
fracasar o a creer que las cosas van a salir mal, que tiramos la toalla antes
incluso de haberlo intentado. A veces le damos demasiadas vueltas a las cosas
en la cabeza, cuando quizá lo único que deberíamos de hacer es tan solo
hacerlo.
He tenido en multitud de ocasiones
tanto miedo de hacer algo, precisamente por no saber qué ocurriría si lo hacía,
que al final siempre he recurrido o bien a mi experiencia o imaginación y
ambas, en la mayoría de ocasiones, son malas consejeras. Hay que hacerle caso a
la experiencia, pero nunca dejarse llevar a ciegas por ella porque las cosas
nunca acaban ocurriendo de la misma manera. Caer en el manido error de creer
que lo sabemos todo, por experiencias previas, es nefasto y uno de los factores
que ayuda a avivar la chispa del miedo. ¿Por qué no tirarse directamente a la
piscina? Porque a veces puede que este vacía. Pero, ¿realmente lo está o es que
tenemos miedo a que lo esté? Es aquí donde la experiencia nos puede ayudar a
evitarnos heridas innecesarias, pero es aquí también donde, guiándonos a ciegas
por nuestras viejas heridas, podemos cometer el error de no intentarlo.
Quizás le damos demasiada
importancia al dolor. En cierta medida creo, que deberíamos seguir siendo como los niños. Al principio tienen miedo a lo desconocido, pero en cuanto superan esa
barrera y sacian sus desorbitadas ansias de curiosidad, no tienen miedo a
probar cosas nuevas o a lanzarse al vacío. En el fondo no lo tienen, porque
saben que cuando lleguen al suelo siempre habrá alguien preparado para
recogerlos y evitar que se hagan daño al caer. Está claro entonces, que el
miedo a lo desconocido está ligado, en muchos sentidos, al miedo a la soledad.
Los niños superan sus miedos, gracias al apoyo de sus padres o familiares, pero
un adulto acaba perdiendo siempre ese resorte. Es en la juventud – en la franja
de los veinte a los treinta años – cuando el miedo a lo desconocido comienza a ser cada
vez más incipiente.
No obstante, el miedo puede ir en auge durante el resto de nuestra vida si no sabemos controlarlo; en los primeros indicios de su desencadenamiento. De ahí, que la mayoría de las personas comiencen a hacer lo que realiza la mayoría: encontrar una pareja para no sentirnos tan solos, embarcarnos en proyectos que no nos satisfacen, simplemente por buscar cierta estabilidad, o invertir nuestro tiempo en personas que no merecen la pena simplemente porque creemos que ellas nos podrán ayudar a hacer aquello que, en el fondo, nos da miedo hacer solos.
No obstante, el miedo puede ir en auge durante el resto de nuestra vida si no sabemos controlarlo; en los primeros indicios de su desencadenamiento. De ahí, que la mayoría de las personas comiencen a hacer lo que realiza la mayoría: encontrar una pareja para no sentirnos tan solos, embarcarnos en proyectos que no nos satisfacen, simplemente por buscar cierta estabilidad, o invertir nuestro tiempo en personas que no merecen la pena simplemente porque creemos que ellas nos podrán ayudar a hacer aquello que, en el fondo, nos da miedo hacer solos.
No puedo evitar sentir miedo a lo
desconocido. Me da hasta miedo reconocerlo, pero no puedo negármelo a mí misma
porque sería peor. La incertidumbre sobre mi futuro o el devenir de los
acontecimientos me da pavor, pero al mismo tiempo una extraña sensación de
euforia. Porque ante mí se despliega un enorme camino que podre recorrer como
yo decida. Me da miedo el desconocer que me encontrare en él, pero en el fondo
sé que si me dejo guiar por lo que siento y no por lo que pienso; que si tan
solo actúo y no dejo fantasear a mi imaginación… Nunca tendré miedo a lo desconocido,
porque lo desconocido se convertirá en conocido y no hay por qué tener temor a
aquello que ya conocemos, ¿verdad?
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