Convivir con la decepción

Los años te hacen encajar mejor los altibajos del día a día. Consiguen darte una mayor entereza ante las adversidades, pero también es cierto que por ello te acabas convirtiendo en alguien más frío. La frialdad es sin duda una herramienta de supervivencia. Una manera que tiene la naturaleza de hacernos mantener el tipo cuando las cosas no salgan bien.

Todo esto he empezado a percibirlo últimamente, al darme cuenta de que encajo las decepciones de forma diferente. Y no es que alguien me haya decepcionado recientemente, es que creo que todos sufrimos decepciones a diario. Porque a fin de cuentas, todos somos muy egoístas y queremos que todo el mundo baile a nuestro ritmo y es imposible que todos nuestros allegados nos acaben complaciendo.

Aun así, cuando hablo de que nos decepcionan continuamente me refiero a cosas cotidianas del día a día, sin demasiada importancia. Pequeñas decepciones con las que hay que “convivir”. Sin embargo, hay ocasiones en las que realmente ocurre algo que trastoca por completo nuestra vida y es ahí, donde estamos más expuestos a sufrir decepciones. Tanto por parte de familiares como, especialmente, por parte de los amigos. Dice el dicho que quien tiene un amigo tiene un tesoro, pero este refrán debería ir entre comillas porque depende de que “tipo” de amigo. Encontrar a alguien que sea capaz de estar en las buenas y en las malas, siendo consciente de lo que simboliza el verdadero valor de la amistad, es muy difícil.

Precisamente es en la adolescencia, cuando estamos más expuestos a futuras decepciones. Menospreciamos el valor de la amistad y creemos que cualquiera es nuestro amigo/a por salir con nosotros de marcha. ¡Craso error! Ha sido en esta etapa de mi vida donde me he llevado un mayor número de decepciones y donde más expuesta he estado en ese sentido. Porque no lograba encajar bien que alguien fallara a las expectativas que tenía puestas en esa persona o simplemente no entendía porque no era reciproca, por parte de la otra persona, mis muestras de amistad. No es de ahora, el ser reflexiva y comprensiva. Siempre he sido optimista, alegre y responsable. La gente de mi alrededor veía esa supuesta “madurez” como una fuente donde desahogar sus frustraciones “adolescentiles” y eso junto a mi acusada capacidad de empatizar, me supuso un arma de doble filo durante la pubertad.

Me di cuenta de que mi capacidad de compresión, no era reciproca y no es que buscara adulación o gratitud por parte de los demás... Pero es cierto que llega un momento en tu vida en que te acabas cansando de darlo todo para no recibir nada a cambio. En ese sentido llegaron las primeras decepciones a mi vida pero, al mismo tiempo, esas decepciones lograron de una manera también hacerme saber discernir qué y quién era “tóxico” en mi vida. Erradicar esa toxicidad de tu vida es crucial y por eso son también necesarias las decepciones.

Durante mucho tiempo encaje mal las decepciones, porque no sentía que yo estuviese decepcionando a alguien. A nadie le gusta que le hagan, lo que tú no le haces a los demás. No obstante, tiempo después he percibido que al menos de forma inconsciente, yo también decepciono a los demás. Porque como he comentado al principio, no puede llover al gusto de todos. Además, si me leéis a menudo, sabréis que lo he dicho en muchas entradas anteriormente: “si quieres ser feliz haz lo que tú desees hacer, no lo que los demás quieran que hagas”. Es inevitable que te decepcionen y que tu acabes haciéndolo y creo que simplemente debemos convivir con ello, como buenamente podamos.

Pese a todo, siento que el problema de verdad recae cuando alguien decepciona a otra persona de forma premeditada. A fin de cuentas, que alguien no realice lo que tú quieres es simplemente un conflicto de intereses. Lo que siempre me ha alarmado, es aquellas personas que apuñalan a sabiendas, aprovechándose de los demás. En un caso así, estaríamos cruzando la línea de la decepción a la traición. Es deleznable, cuanto menos, que una persona por la que lo hayas dado todo, te acabe haciendo daño a consciencia – aunque este tema, sin duda, daría para escribir otra entrada en el blog . Por lo demás, he logrado encajar y convivir con el hecho de que después de todo,  acabamos decepcionado a alguien de una manera o de otra. Aprender a convivir con ello, me ha hecho descartar aquello que no tiene importancia de lo que sí lo tiene y aprender a valorar más lo que tengo, de lo que podría tener. Después de todo, quizá las decepciones no sean tan malas como la gente se cree. “Lo que no te mata, te hace más fuerte”. 

Comentarios